viernes, 10 de julio de 2015

Solo Lluvia

Hoy traigo un texto que hace mucho tiempo escribió una amiga mía. Eliana Leis se llama. El tiempo y algunas circunstancias nos separaron, pero nunca me voy a olvidar de los buenos momentos que pasamos y de como me gustaba lo que escribía..

No dejaba un minuto de mirar sus pies. Torpes, indecisos, embarrados. Y tampoco pensaba ni un segundo en volver. Cuando salió de su casa apenas si caían unas gotas, tímidas gotas que se animaban a morir chocando en el asfalto con el fin de tanta magia que atravesaba las almas. Y ahora llovía con la más triste de las furias. Por un momento se detuvo en una esquina a contemplar a quienes corrían; nunca iba a entenderlo del todo. Si de todas formas se mojarían, ¿por qué correr?, y arriesgarse a una caída ridícula y fácil en medio de los charcos. Levantaba la cabeza y miraba las luces de la avenida, que se veían borrosas y lejanas entre tanta agua cayendo sin piedad sobre sus auras. Pero el resto del tiempo sólo miraba sus pies. Como si esperara que en un momento determinado ellos cobraran vida propia, y la llevaran a caminar otros rumbos, aún en contra de sus propios deseos. O quizás mejor aún, siguiendo sus propios deseos, esos que sus frágiles miedos no le ayudaban a seguir. Le gustaba sentirse tan extraña a todo el mundo. Saber que mientras todos corrían apurados y en todas las direcciones posibles, ella se mantenía ahí, sin buscar ningún techo que la protegiera de la lluvia, sin esquivar ningún charco ni llevar ningún paraguas, caminando con la lentitud y la parsimonia de los viejos en las tardes de domingo. Todos corrían a su alrededor, chocándola una y otra vez. Ella sólo caminaba, como loca, en el más absoluto de los silencios, debajo de la lluvia torrencial de febrero, con su cabellera empapada y una gota colgando de su nariz. Probablemente nunca nadie entendería cuán feliz ella era con su lluvia. Se sentía única y plenamente libre sabiendo que iba en contra de todos los demás, que nadie completamente cuerdo saldría una noche de febrero a caminar bajo la lluvia torrencial que dibujaba en la ciudad nuevos contornos. Al rato las calles estaban vacías. Parecía como si la lluvia hubiera desterrado del asfalto todas esas almas tristes que buscan un refugio constante, escapando de todo aquellos que no tiene nada más para ofrecer que su simpleza. Entonces caminaba sola. Ya no había nadie que corriera alrededor, que la empujara, ya no mas bocinazos ni frenadas imprevistas. Sólo algunos coches hacían su clásico ruido de lluvia en el asfalto, pero ya eran pocos. Decidió levantar la mirada y contemplar con los ojos abiertos de par en par cómo el mundo entero le pertenecía en ese instante. Sabía que podría abrazar la ciudad entera en ese mismo momento. Volteó la mirada hacia el parque, buscando las inevitables lagunas que la lluvia forma en su centro. Pero estaba oscuro. Las pocas luces del parque y la lluvia que servia de cortina frente a ella no le permitían ver. Se dirigió entonces hacia el parque, en busca de un banquito de esos verdes que siempre están tan solos, y que hoy, bajo la lluvia, todo el mundo buscaría evitar. Pero ella no era de esas personas que abandonan bancos en medio de la tempestad. Cruzó la avenida sin ninguna velocidad, y comenzó a recorrer uno
de los caminos que llevaban al centro del parque (Porque el parque tenía varios caminos). Se preguntó entonces por qué habría elegido ese camino y no otro. Y se preguntó aún con más intensidad cuando notó que no era ese, el que transitaba, el camino más cercano ni el más corto, sino todo lo contrario. Dos de los caminos centrales del parque era los más oscuros, los más vacíos, los más empinados. Sin embargo a ella siempre le atrajeron más aquellos caminos. Los laterales era para ella demasiado obvios, y no había nada nuevo que pudieran enseñar, ni ningún misterio que pudieran esconder. Ya no miraba sus pies, sino el camino. Buscaba los charcos, se deleitaba con el ruido de la lluvia entre las hojas de los árboles, tarareaba canciones que había olvidado. De repente miró hacia el otro camino, ese otro camino central que tranquilamente ella podría haber elegido, y lo encontró. Era apenas más alto que ella, el pelo castaño y el paso lento. Vestía jeans y una campera negra. Las manos en los bolsillos, la mirada en el suelo, el pelo empapado y una gota en la punta de la nariz. (En realidad no sabemos si tenía una gota en la punta de la nariz, pero ella afirma que así era) Estaban a escasos metros uno del otro, en dos caminos simétricos que los conducirían al centro del parque. Él mantenía la vista firme en el suelo, y parecía que hablaba solo. Ella caminaba ahora más inquieta, sin entender cómo era que existía alguien capaz de caminar bajo la lluvia en medio de un parque entre sombras. Lo miraba, y no podía dejar de hacerlo. Él parecía no haber notado su presencia, y continuaba su paso sin detenerse, con las manos en los bolsillos que cada tanto llevaba a su cara para apartar de ella algunas gotas inoportunas. Ella decidió hacer lo mismo, y volvió a bajar la mirada al suelo, siguiendo el camino, tarareando otra vez esa canción.
Hasta que finalmente llegó al centro del parque, donde el olor a lluvia y a jazmines la obligaron a cerrar los ojos, y respirar. Abrió los ojos una vez más con la sensación de haberse llenado de vida y de silencios. Encontró el banco, solo, como siempre estaba. Retomó entonces el paso y se dirigió hacia él, cuando se dio cuenta que su misterioso compañero de lluvia hacía lo mismo. Se miraron, pero sin mirarse. Sólo miraban sus pies de reojo, intentando adivinar a dónde iban sus pasos. Y sus pies se encontraron frente al banco. Levantaron las miradas y se vieron a los ojos, sin sonrisas. Los dos se sentaron casi al mismo tiempo, uno al lado del otro, y empezaron a tararear la misma canción, aquella que habían olvidado, hasta que dejó de llover.

No hay comentarios:

Publicar un comentario